Entre un 2 y un 4% de la población sufre trastorno límite de la personalidad, pero aún son pocos los profesionales especializados. Los especialistas Vicente Rubio y Dolores Mosquera dieron ayer una charla en el Colegio de Médicos de Pamplona sobre esta patología, invitados por Anasaps
Fuente: Rubén Acosta, noticiasdenavarra.com
¿En qué consisten los trastornos límite de personalidad?
Vicente Rubio: Responden a una forma desadaptada de funcionar. La personalidad es la forma de ser y cuando no la controlamos podemos hablar de trastorno. Todos los seres humanos tenemos rasgos histriónicos o antisociales. Conducir habitualmente con exceso de velocidad es un rasgo antisocial, pero no es un trastorno, ser un fantasma es un rasgo narcisista pero no un trastorno. Cuando se disparan esos rasgos pueden derivar a trastornos. La evolución de los valores de la sociedad ha conducido ha un aumento de los trastornos de personalidad.
¿Cuál es el peso y la actitud que tienen las familias?
Dolores Mosquera: Cuando empieza a desencadenarse el problema responden con muchas ganas, pero de manera desesperada y poco útil, por lo que deben recibir pautas de actuación para que su ayuda sea efectiva. La labor de la familia es fundamental. Si no intervienen, el paciente lo tiene mucho más complicado. La psicoterapia les enseña a relacionarse, conocerse e interactuar de otra manera. Trabajamos mucho la psicoeducación a nivel individual y familiar para que el paciente entienda qué le pasa, dónde ha aprendido a actuar así y que conozca alternativas.
V.R: Lo fundamental es la psicoterapia, pero debe estar acompañado de un tratamiento familiar y farmacológico. Los tres elementos son útiles. Mayoritariamente el trastorno de la personalidad es aprendido, y donde aprendemos más es en el entorno familiar. Los modelos que nos transmiten en casa gestan la personalidad. Antes se hablaba de familias psicomorbógenas erróneamente porque hay familias con tres hijos en los que dos son perfectamente normales y otro sufre un trastorno. Es imprescindible introducir cambios en el ambiente del paciente para que no se produzca un florecimiento de sus conductas anteriores.
Cuando explican esto a las familias, ¿tienen sentimiento de culpabilidad?
V.R.: Si, pero en absoluto tienen culpa. En primer lugar, no somos ni curas ni jueces y no debemos hacer ningún juicio moral ni legal. Además, la culpabilidad no es sana, porque no soluciona nada y porque no es real. Simplemente se han dado una serie de circunstancias que han llevado a que el chaval la cague. Los medios de comunicación han afectado negativamente en la sociedad que se ha hipocondriatizado y lo que antes eran niños movidos, ahora se les buscan trastornos de algún tipo.
D.M.: Hay casos en los que las familias están saturadas porque tienen abuelos a su cargo o trabajan ambos y que el niño, aunque sea muy querido y se le haga caso, se juega menos con él o se le atiende menos.
¿Un déficit de cariño en la infancia puede derivar en un trastorno?
V.R.: Es un factor, pero nunca hay uno solo.
D.M.: A veces, el menor se da cuenta a una edad muy temprana de la situación familiar y se comporta como el niño bueno. Está pendiente de no generar más problemas y permanece callado, pero internamente está muy inquieto. Aparentemente no tiene ningún problema porque es el niño perfecto, saca buenas notas y adopta esa función. Hay muchos casos de ese tipo.
¿Cuando se diagnostican estos trastornos?
V.R.: Antiguamente, o no se diagnosticaban o tardaban 8 ó 9 años en tratarlos. Ahora ha cambiado y se diagnostican incluso en la infancia. El problema es que los niños y niñas carecen de personalidad porque aún no está formada. Para diagnosticar un trastorno el paciente debe mostrar un patrón de conducta mantenido. A partir de la adolescencia tardía es cuando se deben realizar, cuando la personalidad está más formada.
D.M.: Lo ideal es no poner etiquetas en edades tempranas porque es muy fácil equivocarse, y se puede intervenir innecesariamente.
Pero, ¿poner etiquetas a menores de 12 o 13 años no les marca en exceso?
V.R.: A ellos les marca y a los padres les justifica. Es mucho mejor tener un hijo enfermo que un hijo cabrón. Muchas veces son niños maleducados por los padres. Pueden ser hijos muy mimados que llegan a otros ámbitos y se les empieza a frustar, pero esto no es un trastorno. Lo que ocurre es que la gente está desbordada y ante cualquier adversidad acuden a los profesionales.
D.M.: Ponerle una etiqueta complica las cosas al niño. Cualquier cosa que haga en la adolescencia, va a ser interpretada desde una óptica muy diferente. No se le permite ser una adolescente normal.
¿La violencia es uno de los rasgos?
D.M.: En los trastornos límite se diagnostica a personas que se autolesionan, que intentan suicidarse repetidamente o que tienen alguna conducta destructiva o agresiva. Muchos no se identifican hasta que no llegan a una situación límite. El problema es cuando hacen diagnósticos por los síntomas más visibles porque confunden a la gente. En los medios de comunicación pasa así también. Sacan una animalada y la identifican como trastorno de la personalidad cuando la mayor parte de estas personas no hacen daño, más que a sí mismos.
V.R.: Las estadísticas de violencia de enfermos mentales es sensiblemente inferior a la de la población en general. Lo que ocurre es que el "loco", cuando mata, lo hace de una forma muy llamativa. En la violencia de género se dan muy pocos casos de trastornos de la personalidad.