Cuando una persona sufre y adopta por ello conductas "raras" a los ojos de los demás, decimos que tal persona padece un "trastorno psicológico" (p.ej., ansiedad, depresión, etc). Sin embargo, otras veces oímos decir que algunas personas sufren "trastornos de personalidad" (p.ej., un trastorno límite, o narcisista, etc.). ¿Qué significan estos conceptos? ¿En qué se diferencian los problemas psicológicos comunes de los llamados "de personalidad"?
Un problema psicológico simple, tal como un proceso ansioso o depresivo, obedece a un conflicto concreto de una persona fundamentalmente madura y equilibrada, salvo en lo referido a ese conflicto. Dicha dificultad puede referirse a otra persona o circunstancia determinada, una experiencia particularmente dolorosa, ciertos momentos difíciles de la vida, etc. Pero, una vez afrontada y resuelta la crisis, esa persona recupera fácilmente la totalidad de su carácter básicamente maduro y satisfecho.
Los problemas de personalidad, en cambio, afectan a todo el carácter del individuo, a su forma global de ser y funcionar en el mundo, por lo que hay pocas facetas maduras en su personalidad. El DSM-IV, actual vademécum de los problemas mentales, considera 10 trastornos básicos de personalidad: 1) paranoide, 2) esquizoide, 3) esquizotípico, 4) antisocial, 5) límite (TLP), 6) histriónico, 7) narcisista, 8) evitativo, 9) dependiente, 10) obsesivo-compulsivo. Lo que caracteriza a todos ellos, independientemente de sus síntomas y conductas externas, es una insatisfacción e inadaptación más o menos extremas a la vida, esto es, la soledad íntima, la inmadurez, el desamor, el miedo. Son todas ellas personas que, por mil obstáculos e interferencias en su desarrollo infantil, no han podido crecer y sentirse adecuadamente seguras del mundo y de sí mismas. Por ello no son felices y, desde luego, no pueden hacer felices a los demás.
Por supuesto, los síntomas de los trastornos psicológicos simples y los de los problemas de personalidad son idénticos; lo que diferencia a los segundos de los primeros es simplemente su cantidad y perpetuidad. Por ejemplo, una persona fundamentalmente madura puede sufrir de repente un trastorno obsesivo, perfectamente circunscrito e incapaz de afectar otras áreas de su vida. Pero si la vida entera de una persona resulta invadida por síntomas obsesivos -en todos los momentos y circunstancias-, entonces hablamos de "trastorno obsesivo de personalidad". En todos los casos, sin embargo, así como el moho sólo nace en los sitios húmedos y oscuros, la cantidad de cualesquiera síntomas neuróticos será proporcional al número e intensidad de las heridas psicológicas sufridas por el individuo desde su infancia.
Desgraciadamente, tal como insisto a menudo en estos artículos, en la actualidad se descuida enormemente el cuidado y amor que se debe a los niños, por lo que están incubándose gran número de futuros trastornos de personalidad. "Educar" a un niño no es simplemente alimentarlo, vestirlo, llevarlo a guarderías y colegios, enseñarle determinadas normas, llenarlo de conocimientos y habilidades intelectuales, y abrumarlo con juguetes o caprichos. No. Educar significa fundamentalmente dar cariño, aceptación y cuidados psicofísicos. únicos cimientos de la futura autoestima, autonomía y felicidad de las personas. Todo lo que se aleje de esto es pura dominación de los mayores sobre los pequeños, egocentrismo adulto, modos de transmisión y perpetuación del sufrimiento.
Como los problemas de personalidad tardan largos años en gestarse, tardarán igualmente mucho tiempo en superarse -suponiendo que los afectados decidan intentarlo, vía psicoterapia-. Pues lo que subyace a todo trastorno de personalidad es, siempre, el desamor, el miedo, la culpa y la rabia, emociones profundamente arraigadas en el corazón de la persona y, por ello, muy difíciles de desenmascarar y exorcizar. Lo dificulta, además, la propia desconfianza del sujeto frente al terapeuta y, por supuesto, su miedo a dejar de ser él mismo. ¡Los seres humanos nos aferramos incluso a nuestros sufrimientos!
En general, no podemos "eliminar" absolutamente un trastorno de personalidad, ya que sería como querer modificar por completo la estructura de un edificio sin demolerlo previamente. Pero sí podemos hacer importantes "reformas" en él, volverlo mucho más habitable, contribuir a que el sujeto se sienta mucho más cómodo y satisfecho consigo mismo, las personas y la existencia.
José Luís Cano Gil, psicoterapeuta y escritor.