María José Falagán, madre del joven fallecido tras abandonar Cabueñes, reivindica centros especializados que eviten más tragedias similares
«Mi hijo no era un delincuente, sino un enfermo mental, que es muy distinto». Con la amargura natural en quien acaba de perder a un hijo, a «mi único hijo», María José Falagán alzó ayer la voz ante un suceso dramático. Una tragedia que, a su juicio, pudo evitarse si hubieran existido recursos sanitarios y decisiones judiciales adecuados a la realidad de un joven aquejado desde niño de un trastorno limite de la personalidad que convirtió en un calvario tanto su vida como la de su madre.
Una tragedia que -repite una y otra vez la mujer- «no debe repetirse», y por eso reclama a las autoridades instrumentos que permitan dar respuesta a casos como el de su hijo. «Ya no voy a recuperar a mi hijo, pero hay otras muchas personas que están en una situación semejante y requieren atención», argumenta María José.
Consumo de drogas legales e ilegales, intentos de suicidio, violencia hacia su madre hasta acumular tres órdenes de alejamiento. Los 28 años de travesía vital de J. M. C. F. concluyeron el pasado jueves en circunstancias trágicas. Hasta el momento, todo es confuso, pero la secuencia de los hechos apunta a que el joven había sido ingresado en el Hospital de Cabueñes, solicitó el alta voluntaria o se fugó sin más, salió a la calle y fue localizado horas más tarde con sus facultades mentales visiblemente alteradas y con síntomas aparentes de consumo de sustancias tóxicas. Asimismo, presentaba heridas en las manos y en la barbilla que hacen barruntar un atropello. Trasladado de nuevo a Cabueñes, ingresó en coma y, pese a un conato de recuperación, finalmente falleció.
El suceso está siendo investigado por la unidad de delincuencia especializada y violenta del Cuerpo Nacional de Policía. Hasta el momento, la madre del fallecido carece de datos. «Hoy (por ayer) he leído en los periódicos muchas cosas de mi hijo de las que yo no he sido informada; nadie me ha explicado nada», lamenta María José Falagán.
El viernes, mientras velaba a su hijo en el tanatorio ovetense de Los Arenales, María José -viuda- aparentaba tranquilidad, tal vez una combinación de entereza, dolor infinito y alivio. Con la voz templada, comentaba que ella misma había entrado, sola, a reconocer el cadáver de su hijo.
Quedaban atrás dos décadas de enorme zozobra. Fue sobre los ocho años cuando J. M. C. F. comenzó a dar los primeros síntomas de trastorno mental. «La enfermedad se le agudizó a los 14 años y en los últimos tiempos estaba a tratamiento psiquiátrico», relata María José. Fue una peregrinación por centros privados, porque «la sanidad pública no nos ofrecía ninguna solución», agrega la mujer, que se vio obligada a gastar lo que tenía y lo que no tenía.
Eso sí, matiza: «Nos ayudó muchísimo un psiquiatra de Gijón de la Seguridad Social». Ese especialista «siempre nos repetía que mi hijo debería estar ingresado». No fue posible, y eso que «yo misma solicité en el juzgado que lo internaran y nadie me hizo caso», comenta la mujer.
Recientemente, el joven y su madre habían acudido a Proyecto Hombre. «Él estaba dispuesto a quedarse para iniciar un tratamiento, pero no le admitieron porque dijeron que su caso no se ajustaba a las características del programa», refiere. «Se disgustó mucho, creo que esa negativa lo desquició aún más», precisa la madre del joven. «No era un delincuente», repite una y otra vez María José Falagán, quien añade: «Tuvo problemas judiciales por meterse en peleas, pero nunca robó».
Para apuntalar sus palabras, sugiere acudir a internet y buscar las siglas TLP (trastorno limite de la personalidad). En efecto, uno de los portales de mayor difusión define el TLP, también llamado «borderline», como una alteración psiquiátrica «que se caracteriza primariamente por desregulación emocional, pensamiento extremadamente polarizado y relaciones interpersonales caóticas». El cuadro clínico abarca manifestaciones como paranoia, relaciones y afectividad inestables, impulsividad, perturbaciones de la identidad o conductas suicidas o parasuicidas.
María José Falagán ha experimentado en carne propia que el párrafo anterior no es mera teoría. Ya nadie le quitará de encima veinte años de intenso sufrimiento. Sólo reclama que «alguien haga algo para que otras familias no pasen por esta espantosa experiencia».
Fuente: Pablo Ávarez, La nueva España